Mi Cimarrón

El Cimarrón es la única raza autóctona del Uruguay. Yo tuve el honor y dicha de tener un cimarrón uruguayo.

Esta raza de perros fue muy útil en la historia de nuestro país. Fue nuestro prócer Don José Artigas quien dijo la célebre frase: "Cuando me quede sin soldados, pelearé con perros cimarrones."


Cimarrón significa en América todo animal o planta silvestre, opuesto a lo doméstico. Por selección natural sobrevivieron de estos perros salvajes, los más aptos, astutos y fuertes.

Y como siempre la vida da vueltas, ya que allá por fines del siglo XVIII eran tantos los cimarrones que las autoridades incentivaron su matanza llegando a asesinar miles de estos perros. Pero afortunadamente, una buena cantidad de ellos se escondieron en los montes y en las sierras y es hoy el perro cimarrón uno de los más respetados, amados y de los más caros al momento de adquirir. Y puedo decir que este perro es una belleza de animal que efectivamente mantiene mucho de su independencia y valor.



Este pequeñín llegó a nuestras vidas un cálido día de verano, allá por abril de 2004, cuando estrenábamos casa recién alquilada. Lo elegí de una camada de 8 cachorros, lo vine cargando bajo el sol, tenía la lengua afuera y carita de bobo.

Cuando lo deposité en el suelo de su nuevo hogar lo vi adorable, tenía un mes, era atigrado y pesaba alrededor de 2 kilos 330 gramos.

Desde los 8 o 9 años tuve perros en casa. Siempre perros cruza. Este fue el primer perro de raza que adquirí. Deseaba tener un cimarrón. Le llamé: Danko.
Al principio dormía mucho, como todo bebé.


En pocas semanas, Danko había pegado un buen estirón. Era comilón y lo dejaba dormir dentro de la casa, en la cocina, en un almohadón dentro de una caja.



Para el 20 de mayo, me di cuenta de que mi cachorro era hiperactivo. Cuando me levantaba por las mañanas la cocina era un campo de guerra, llena de pipí y popó. Y esto no era nada… porque semanas después Danko comenzó a morder todo lo que encontraba a su paso… nuestros pantalones, medias, zapatos, el mantel de la mesa…


Tampoco era tan dócil como el resto de los cachorros, de hecho era muy arisco, no le gustaba ni que le tocaran la cabeza para acariciarlo, menos que lo sujetaran en brazos y lo alzaran… claro que no me di por vencida, y luego de montones de “rounds de cariño” y abrazos… Danko aprendió a ser realmente afectuoso.


Tres meses después había crecido mucho, entonces decido enseñarle órdenes y descubro que mi cimarrón es muy inteligente. Basta que le repita un par de veces algo para que lo comprenda perfectamente.



Así le enseño a esperar sentado la comida, para que no se abalance sobre mi y sea paciente.

Antes de los 6 meses tuve que sacarlo de la casa, ya que la estaba destrozando. En realidad prefería el patio, aunque nunca dejó de estar pendiente de la familia y era común abrir la puerta y encontrarlo allí con todas sus cosas: trapos, juguetes, su alfombra, el plato verde…




 Le enseñé a buscar y traer el plato. Danko aprendió a la orden de - Trae el plato. – salir corriendo por el patio hasta encontrarlo y traerlo en la boca hasta la cocina. Sabía que de recompensa le tocaba su comida.






Baño no! Odiaba bañarse. Me costaba mucho traerlo para ello, en realidad este cimarrón tenía un coraje a prueba de balas. Ya desde chico un día robó un trozo de queso de la mesa y fue imposible quitárselo. Se escondió al final de un galponcito largo y allí gruñía amenazante como un lobo cuando quisimos quitárselo. Se lo comió con naylon y todo…

Ya para bañarlo era casi imposible agarrarlo y atarlo porque al ver el latón ya sabía que debía huir.
En esta foto está tranquilo porque ya lo había bañado...


Su instinto salvaje estaba allí cuando no deseaba algo, fue el perro más bravo que tuve.


Pero le gustaba mucho jugar y que le lanzara una pelota. Necesitaba ejercicio.

Cuando yo no tenía tiempo o ganas de salir a jugar con él, Danko se revolvía solo y tiraba una rama al aire y corría a recogerla y lo mismo con la pelota, la tiraba y salía corriendo detrás de ella. Muchas veces me sentí culpable de que estuviese solo y no tuviese otro perrito con quien jugar.



A veces, me escondía dentro de la casa y lo llamaba. Entraba y corría husmeando por todos los rincones buscándome  y cuando me hallaba, saltaba loco de contento.

Realmente era valiente. En su primer Noche de Navidad, cuando comenzaron a tirar los cuetes, bombas brasileras y fuegos artificiales, no entendía qué sucedía. Me asomé por la ventana y él se paró allí en dos patas. Entonces miró hacia arriba y se quedó mirando los destellos brillantes, sin salir corriendo ni asustarse.


Cuando yo salía a la calle, él quedaba en un portón chico a varios metros del portón grande. Si cuando yo cerraba este portón justo pasaba alguien por la vereda cerca de mí, Danko ladraba con una voz poderosa y amenazante como dejando en claro que nadie osara hacerme daño.
Cuando venía el sanitario pedía que lo atara o no entraba.


Un día comenzaron a aparecer ratas muertas en el patio. Yo creía que algún vecino dejaba veneno y caían del techo. Hasta que una noche sentí a Danko correr como loco y de repente un chillido de muerte. Al día siguiente una enorme rata con el cuello mordido. Este cimarrón era un cazador excelente de ratas, las mataba a todas. Pronto ya ninguna se acercaba a nuestro terreno.
También enfrentó ladrones cuando una pandilla saltaba por los techos de nuestra cuadra perseguidos por policías. Los chorros casi saltan a mi patio, pero Danko lo impidió, ladrando furioso debajo del muro donde ellos corrían.



Pensé y deseaba que tendría a Danko durante más de 10 años…

Me produjo un shock enterarme de que tenía una deficiencia pancreática que le provocaba diarreas y por eso nunca engordaba y siempre tenía apetito, no generaba casi enzimas digestivas, por lo que tuvimos que modificar su alimentación y darle pastillas de enzimas de por vida.

Pese a su enfermedad, Danko jamás perdió su energía y alegría vital. Siempre estaba dispuesto a jugar, a correr, a saltar. Jamás le vi quejarse, ni acusó desgano, tristeza o mal humor.








Pero el sábado 20 de enero de 2007, Danko se durmió para siempre. Por la noche, tuvo torsión gástrica y lo encontré muerto a la mañana siguiente. No puedo describir la tristeza enorme que esto me produjo.
Parece mentira, pero la casa se vino abajo sin él...
Las ratas aparecieron nuevamente y los ladrones pronto robaban los faroles, cables y demás, cuando estábamos trabajando fuera de la casa. No quise seguir allí sin Danko, el patio se había vuelto un lugar triste y desolado, había inaugurado esa casita con él, ya no tenía sentido seguir allí sin este cimarrón. Me mudé.


Solo diré, que Danko fue mi cimarrón uruguayo. Que lo quise montones y que lo extrañe muchísimo y aún lo extraño.
Que fue el perro más valiente que he tenido; inteligente, bravo, cariñoso.
Fue un amigo con todas las palabras, defensor fiel de su hogar.
He conocido a muchas personas y me sobran los dedos de las manos si tengo que decir a cuántos he querido tanto como a Danko. Por eso tiene sin duda alguna, un lugar privilegiado en mi corazón.

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